martes, 31 de marzo de 2009

Sólo amigos


Leonardo, Leo para los amigos, se despertó el domingo muy de mañana. En su cabeza aún vivían los recuerdos de la noche. Fue una velada larga, que culminó en el cuarto de aquel motel a las afueras de San Cristóbal de las Casas. La orquesta sinfónica de San Petersburgo tocaba el concierto de Brandenburgo, los violines llenaban el ambiente de calidez, pero en la mente de Leo las cosas no estaban tan cálidas.

En el cuarto de baño Enriqueta se daba una ducha y se le oía tararear una canción de amor que se perdía con el ruido del agua al caer.

Se habían conocido hacía más de un año. Fue en una presentación de un libro en el Centro Cultural Jaime Sabines. El encuentro fue de lo más casual. Sin embargo los misterios que encierra el destino los había juntado, al descubrirse amantes de las mismas cosas: los libros, el canto, el ballet, el ajedrez, etc.

Había un acuerdo tácito entre ambos que daba forma a esa relación; no hablar de amor, no pensar en el futuro, no esperar más de lo que tenían; y, lo que tenían era quererse los días en que Julio salía de viaje.

Leo era maestro de ballet desde hacía diez años. Preparado en los más prestigiosos colegios del país se sentía capacitado para competir con los grandes. Pero el destino lo había confinado al trabajo casi gratuito. Desde hacía cuatro años colaboraba con el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes impartiendo clases prácticamente sin cobrar.

Julio, el esposo de Enriqueta, era un hombre empecinado en cultivar a su esposa para ello procuraba inscribirla en cursos de literatura, de baile clásico y otros. El dinero no era obstáculo en absoluto, Julio tenía una empresa que le permitía vivir bien. Pero para su sorpresa Enriqueta prefería asistir a los cursos gratuitos del Jaime Sabines.

lunes, 23 de marzo de 2009

La belleza del dinero


Echada en la arena de puerto Arista ella contempla el mar, con la mirada perdida en el horizonte azul y en la mano una cerveza, gotitas de sudor surcan su cuello y se deslizan hasta la espalda. Hoy está cumpliendo 22 años y para celebrarlo decidimos buscar algo diferente, que no fuera Cancún o Acapulco. El paraíso tropical que nos vendieron en la ciudad de México: Chiapas, es después de todo, distinto a lo que estoy acostumbrado. El poder que da el dinero me permite tener a mi lado a una chica como esta, yo que soy un adulto tirando a viejo y, además, como muchas me lo han dado a entender: feo.

A estas alturas del desarrollo científico ya no debería existir ese binomio; feo y rico. El adelanto en la cirugía plástica tiene el poder de transformar cualquier rostro, yo sin embargo, me he resistido en caer en manos de un cirujano. Tengo mis razones, algunas bastante conocidas, otras un tanto complicadas. De las primeras doña Elba Esther Gordillo; es un ejemplo perfecto, se cuenta que era muy bella y mírenla ahora. Lo segundo tiene más bien que ver con taras morales que no viene al caso discurrir en estos momentos.

Disfruto mucho cuando una chica bonita tiene que dejar todo su orgullo para soportar mis besos, mi panza, etc. Cuando tomados de la mano con la chica en turno, que siempre es mucho más joven que yo y, al pasar escucho murmullos de tipos castrados por una esposa gorda: “…pero si podría ser su papá…” Sonrío por dentro, mirándole de reojo la cara que dice “lo-que-daría-por-estar-en-tus-zapatos”.

Crecí entre muladares, allá donde la vida es siempre de color negro, donde no tienes ni para tragar, allá que cuando llegas a los trece años, ya has probado de todo, quizás también un pariente te ha violado. A eso se debe que cuando me encuentro en confianza dejo toda la educación que de grande recibí para convertirme en el verdadero ser de costumbres repugnantes. Uso un lenguaje bastante arrabalero que he notado algunas damas disfrutan…

-¿Nos vamos Chocolatito?, -pregunta Roxana, acercándose.

-¡Chingada madre!, que no entiendes que no debes interrumpir mis reflexiones, -con una expresión furibunda responde el Chocolatito y con un movimiento ágil le estampa una mano en la mejilla.

-¿Me perdonas, mi amor? –susurra Roxana. Acariciándose la parte adolorida.

Él no responde y se queda sumido otra vez en sus lucubraciones. Y en su rostro dibujado una expresión de felicidad infinita.

viernes, 6 de marzo de 2009

Revelación de altura


Dorita se acercó a mi escritorio para darme una noticia: “Tendremos que salir de comisión a la ciudad de México, a tomar un curso de actualización”. Y agregó: “el viaje será por vía aérea”. Casi me infarto.

Pero como se dice donde manda capitán no gobierna marinero, así que ahí me tienen puntual a la cita. Estaba tan nervioso que confundí una “d” con un cero, es decir mi boleto no era el 60 sino el “seis d”, equivocación que me valió una recriminación de un pasajero poco amable.

Superado el primer obstáculo y ya instalado en el asiento correcto me dio por rezar, aunque después me sentí como idiota porque soy ateo. Dorita en cambio, se mostraba de lo más tranquila. Dorita es una chica muy bella, aunque como siempre le aclaro, su belleza es exótica, muy mexicana enfatizo. Ella complacida se le ilumina el rostro y se ríe tan coqueta que me dan ganas de morderla.

Ya a muchos metros del suelo y con el pensamiento atormentado por una pregunta: ¿y si nunca más volviera a poner los pies sobre la tierra? Tienes que cerrar los círculos, tienes que cerrar los círculos… me repetía. Entonces miré de frente a Dorita y le confesé: “Desde el primer día que te encontré quedé prendido de tus lindos ojos, de tu sonrisa tan natural…”

-No lo sé, responde, soy una mujer casada.

-Lo sé, lo sé, pero te amo.

Y el ave de acero comenzó su descenso en el aeropuerto Internacional Benito Juárez del Distrito Federal.

Una vez en tierra nos fuimos a buscar un hotel y al primero que llegamos se llama: Hotel Royal, pero tiene un inconveniente, la habitación más económica cuesta 1,300 pesos, y nos habían dado 500 pesos para gastos de alojamiento. La habitación doble cuesta 1,000 pesos. Así que decidimos compartir habitación.

La primera noche no pude dormir. Tenerla ahí y no poder tocarla me llenaba de ansiedad.

Para el segundo día, después del curso, fuimos a un barcito que queda por la calle Florencia y Génova en plena zona Rosa y, no sé si sería el vino o la lejanía o vaya usted a saber qué, pero nuestros labios se unieron y su lengua buscaba la mía hasta atraparla y enjugarla en una danza erótica. Serían algo así como a las dos de la mañana, cuando regresamos al hotel y ella ordenó: “hagámoslo”.

Lógicamente nos pasamos el resto de la noche recordando el pecado original.