jueves, 27 de diciembre de 2007

Timidez patológica


…sentir que es un soplo la vida,
que veinte años no es nada…
Alfredo Le Pera


Con mi timidez a cuestas, no he podido decirte que desde el primer día que te conocí te sentí en la piel. Fue en primero de primaria. Llegaste toda primorosa, con tus dos trencitas, coquetamente adornadas con listones de colores.

Éramos aún niños y mi corazón no sabía más que de carritos de bomberos, pero al verte mi pecho saltó para descubrir, como Colón, un mundo desconocido.

Así, avanzamos al segundo, al tercero, al cuarto, al quinto y al sexto definitivo.

Aquel vals lo disfruté y lo sufrí. Lo disfruté porque fue contigo, lo sufrí porque toqué tus manos y sentía que me quemaba, en cambio tú, muy segura reías mostrando ese hoyuelo que se te forma cuando ríes y que te hacen tan especial.

La secundaria la compartimos, era la única escuela del pueblo. Tuviste tu primer novio, -aquel güero pecoso. Yo, yo no podía decirte cuánto te necesitaba. Quería odiarte, pero no podía. Me concentré en los estudios y acallé mis ilusiones pensando en: Química, Español, Sociales y hasta en la cocina, pues recordarás, nos daban Industrias Rurales en donde aprendí hacer el camote poblano que ayer te he traído.

Después la vida nos apartó. Te hiciste mujer y yo hombre. Casaste con un buen partido, pero no duró tu matrimonio, me lo contó un amigo. Mentiría si dijera que no me alegré, sí lo hice y lo confieso. Me perdonas, anda di que sí.

Por eso anoche descargué treinta años contenidos. Te dije mil cosas, exploré cada rincón de tu cuerpo excitado. Fue tan grande la espera, pero más grande fue el placer de haberte poseído. Ya, ya puedo morir en paz; aunque ahora lo único que quiero es vivir, vivir por siempre contigo.