lunes, 23 de febrero de 2009

Amor apócrifo




Debo reconocer que yo soy un hombre demasiado rencoroso, quien me la hace, me la paga. Tarde o temprano. Esta semana le tocó saldar las cuentas a una compañera de trabajo.

Ella siempre me ha menospreciado por no ser hombre de riquezas materiales. Haciéndome sentir peor que una cucaracha. Muchos de sus comentarios suelen estar influenciados por el dinero. El otro día, por ejemplo, dijo: “¿Ya viste a Miguel?, ¡ahora se ve mucho más guapo!” Todo porque aquél había comprado un carro nuevo. Dichos como este la han llevado a tener relaciones con tipos que no le cumplen lo que busca, esto es, el matrimonio. Una y otra vez, en estos dos años, ha recurrido a su paño de lágrimas que soy yo, así me he enterado de sus desventuras.

Así es que el jueves por la mañana, valiéndome de un argumento, un tanto inocente, pero capaz de convencer a una mujer como ella. Llegué a la oficina muy temprano, gritando que, “después de casi diez años de comprar el Melate por fin me había sacado el premio mayor.” Para tal fin llevaba un cheque sin fondos, que decía clarito: “Páguese al portador cuarenta millones de pesos.” En cuánto lo vio sentí que sus ojos que antes me miraban con desprecio, se iluminaban y de sus labios afloraba una sonrisa llena de deseo.

-No lo andes divulgando, -dijo-, eso es muy peligroso. Podrían secuestrarte.

-Sí, es un error publicar esto, lo mantendré en secreto. Para celebrarlo te invito a cenar esta noche, ¿qué te parece?

Desde luego, aceptó encantada.

Mi plan era muy sencillo, ofrecerle dinero para llevarla a la cama, para ello tenía otro cheque de cien mil pesos, también falso, por supuesto.

El viernes llegué a la oficina, muy puntual, como siempre. Ella sin embargo no se aparecía, tal como lo suponía. Seguramente estaría haciendo efectivo el cheque.

Cuando llegó, serían como la una de la tarde, traía un semblante descompuesto. Llegó directamente a mi escritorio.

-Que el cheque no tiene fondos, ¿tú crees?

Casi suelto la carcajada.

-No, no tiene, ni lo tendrá puesto que es falso.

Pienso que no se atreverá a acusarme ante una autoridad judicial y en lo que respecta a los compañeros de trabajo, tampoco creo que sea capaz de ir contando por ahí: “Le di mi vagina a cambio de un documento que no tiene valor.”

lunes, 16 de febrero de 2009

La apuesta


Ayer hacía un calor muy propio del trópico, el sol excitado chisporreteaba ráfagas de fuego. Por lo que decidí escaparme a nadar a uno de mis sitios consentidos; San Vicente, es un lugar con albercas pequeñas, pero con un ambiente bastante relajante. Para quien no conozca el lugar puedo decir que está por la escuela de medicina veterinaria de la UNACH. Empaqué mi sombreroespantapájaros, salvavidas y el traje de baño, dispuesto a sumergirme en un buen chapuzón.

Llegué en punto de la una de la tarde, hora en que abren, pero para mi sorpresa ya había mucha gente esperando. Cuando recordé que se celebraba el “día del amor y la amistad”, comprendí la gran afluencia.

Cuando asisto a estos lugares procuro llevar siempre un brazalete para cargar mi celular, con él es cómodo escuchar música. Hasta allí todo parecía un día más. Cuando miré a una chica que se acercaba llevando un brazalete parecido al mío. Bonita coincidencia, pensé.

-Hola, yo soy la chica del chat, -dijo-. ¿Tú eres Ricardo, verdad? Corazón de León, acompañando esto último con una gesto que consistía en llevarse la mano al corazón para después rugir enseñando las garras.

Vacilé algunos segundos. Tiempo necesario para recordar: “el no mentirás”, aprendido en las lecciones impartidas por las monjitas de la Sagrada Familia. Pasado ese obstáculo impuesto por las taras morales, mirándola directamente a los ojos dije: “¡Hola, claro yo soy Ricardo!, creí que ya no vendrías”.

-Tuve un contratiempo, lo importante, sin embargo es que ya estoy aquí.

Vestía unos pantalones de mezclilla, una blusita de algodón que dejaban al descubierto el nacimiento de unos senos, más bien pequeños, pero bien formados. Su cabello de un negro azabache, abundante, jugueteaba con el viento.

Miles de horas dedicadas a la lectura, presuntamente, establecían bases suficientes para manejar una situación de este tipo. Por lo que intenté llevar la conversación por terrenos que me ayudaran a no meter la pata.

Creo que eran casi las cuatro de la tarde cuando se apareció una amiga, cargando una cámara de video y, en los labios una sonrisa que no le cabía.

-Te puse a prueba y me decepcionaste, eres como todos los hombres. Caro, es mi amiga y nos pusimos de acuerdo para jugarte esta broma, yo aposté a tu favor y perdí, pero como me divertí.

Así que ahora fichado en un video donde aparezco seduciendo a una chica, que ojalá nunca descubra Aurora, mi esposa.

lunes, 9 de febrero de 2009

La amistad



A partir de hechos irrefutables he llegado a la conclusión de que mi destino está íntimamente ligado con el verbo dar. Dando he descubierto algunos corazones tan diáfanos como el cristal. Aunque debo reconocer que no siempre ha sido así. En un principio me costaba ir cediendo parte de mí; es decir, mis tesoros los guardaba celosamente con cientos de cerraduras, ¿sabes lo que pasaba? Tenía el alma tan falta de calor que irremediablemente me moría de frío. Pero todo esto viene a cuento porque ayer volvimos a encontrarnos después de… no sé cuántos años han pasado desde aquel día en que tomamos caminos diferentes. Verte un poco más madura, pero tan viva, me llenó de ternura e inconscientemente posé mi cabeza entre tus pechos y te di un largo abrazo, en el preciso instante en que el cantante decía: “…vivo por ella sin saber si la encontré o me ha encontrado…” Noté tu turbación y te pregunté:

-¿Te molesta que te abrace?

-No, no es eso, dijiste. -Solamente que no estoy acostumbrada a esas muestras de cariño de tu parte.

La noche se fue volando.
Nos dijimos adiós con la certeza de volvernos a encontrar, ya sin ataduras, sin temor a descubrir nuestras debilidades y fortalezas, conscientes de que uno y otro estará ahí esperando que el destino nos reúna una vez más.

Ella es mi amiga y espero tenerla cerca mucho tiempo, todo el necesario para incendiarla y, que su calor queme los últimos témpanos de hielo que corren por mis venas.

martes, 3 de febrero de 2009

¡A volar!


-¡Moriremos, todos vamos a morir! Se escuchan las voces desesperadas de todos los pasajeros del vuelo 302 de Aeroexpress.

Son exactamente las 15:30 horas del día martes 13 de enero de 2008. El avión sigue su caída irremediablemente. La capitana de la tripulación, mujer con mucha experiencia, intenta por todos los medios a su alcance someter a su control al aparato que se desploma como ave herida. Las medidas de seguridad, todas sin excepción, son acatadas al pie de la letra.

Llevan dos minutos cayendo, pero para ellos ha sido un siglo de angustia.

Entonces ella, en una fracción de milisegundos, piensa que lo mejor es hablarles a los pasajeros, tranquilizarlos:

-¡Señores, señoras, niños, niñas! ¡Todos dejen de temer ahora! debemos orar, calmarnos, que todo saldrá bien. Vamos a acuatizar en el lago de La Concordia. Su voz es firme y convincente, con cierto olor a miel recién sacada de la colmena, como a pan calientito, sus palabras se tornan en bálsamo que atempera los nervios de todos los pasajeros.

El tiempo literalmente vuela y ya han caído 30 segundos más.


La nave sigue cayendo cuando yo me acerco y le digo a la capitana:

-Ya hija, deja de jugar con tus avioncitos que se caen, que tienes que ir a la escuela.

Ella, contrariada, lanza lejos de si el juguete y se hace pedazos sin llegar a tocar nunca una especie de lago dibujado en el piso.