Debo reconocer que yo soy un hombre demasiado rencoroso, quien me la hace, me la paga. Tarde o temprano. Esta semana le tocó saldar las cuentas a una compañera de trabajo.
Ella siempre me ha menospreciado por no ser hombre de riquezas materiales. Haciéndome sentir peor que una cucaracha. Muchos de sus comentarios suelen estar influenciados por el dinero. El otro día, por ejemplo, dijo: “¿Ya viste a Miguel?, ¡ahora se ve mucho más guapo!” Todo porque aquél había comprado un carro nuevo. Dichos como este la han llevado a tener relaciones con tipos que no le cumplen lo que busca, esto es, el matrimonio. Una y otra vez, en estos dos años, ha recurrido a su paño de lágrimas que soy yo, así me he enterado de sus desventuras.
Así es que el jueves por la mañana, valiéndome de un argumento, un tanto inocente, pero capaz de convencer a una mujer como ella. Llegué a la oficina muy temprano, gritando que, “después de casi diez años de comprar el Melate por fin me había sacado el premio mayor.” Para tal fin llevaba un cheque sin fondos, que decía clarito: “Páguese al portador cuarenta millones de pesos.” En cuánto lo vio sentí que sus ojos que antes me miraban con desprecio, se iluminaban y de sus labios afloraba una sonrisa llena de deseo.
-No lo andes divulgando, -dijo-, eso es muy peligroso. Podrían secuestrarte.
-Sí, es un error publicar esto, lo mantendré en secreto. Para celebrarlo te invito a cenar esta noche, ¿qué te parece?
Desde luego, aceptó encantada.
Mi plan era muy sencillo, ofrecerle dinero para llevarla a la cama, para ello tenía otro cheque de cien mil pesos, también falso, por supuesto.
El viernes llegué a la oficina, muy puntual, como siempre. Ella sin embargo no se aparecía, tal como lo suponía. Seguramente estaría haciendo efectivo el cheque.
Cuando llegó, serían como la una de la tarde, traía un semblante descompuesto. Llegó directamente a mi escritorio.
-Que el cheque no tiene fondos, ¿tú crees?
Casi suelto la carcajada.
-No, no tiene, ni lo tendrá puesto que es falso.
Pienso que no se atreverá a acusarme ante una autoridad judicial y en lo que respecta a los compañeros de trabajo, tampoco creo que sea capaz de ir contando por ahí: “Le di mi vagina a cambio de un documento que no tiene valor.”
Ella siempre me ha menospreciado por no ser hombre de riquezas materiales. Haciéndome sentir peor que una cucaracha. Muchos de sus comentarios suelen estar influenciados por el dinero. El otro día, por ejemplo, dijo: “¿Ya viste a Miguel?, ¡ahora se ve mucho más guapo!” Todo porque aquél había comprado un carro nuevo. Dichos como este la han llevado a tener relaciones con tipos que no le cumplen lo que busca, esto es, el matrimonio. Una y otra vez, en estos dos años, ha recurrido a su paño de lágrimas que soy yo, así me he enterado de sus desventuras.
Así es que el jueves por la mañana, valiéndome de un argumento, un tanto inocente, pero capaz de convencer a una mujer como ella. Llegué a la oficina muy temprano, gritando que, “después de casi diez años de comprar el Melate por fin me había sacado el premio mayor.” Para tal fin llevaba un cheque sin fondos, que decía clarito: “Páguese al portador cuarenta millones de pesos.” En cuánto lo vio sentí que sus ojos que antes me miraban con desprecio, se iluminaban y de sus labios afloraba una sonrisa llena de deseo.
-No lo andes divulgando, -dijo-, eso es muy peligroso. Podrían secuestrarte.
-Sí, es un error publicar esto, lo mantendré en secreto. Para celebrarlo te invito a cenar esta noche, ¿qué te parece?
Desde luego, aceptó encantada.
Mi plan era muy sencillo, ofrecerle dinero para llevarla a la cama, para ello tenía otro cheque de cien mil pesos, también falso, por supuesto.
El viernes llegué a la oficina, muy puntual, como siempre. Ella sin embargo no se aparecía, tal como lo suponía. Seguramente estaría haciendo efectivo el cheque.
Cuando llegó, serían como la una de la tarde, traía un semblante descompuesto. Llegó directamente a mi escritorio.
-Que el cheque no tiene fondos, ¿tú crees?
Casi suelto la carcajada.
-No, no tiene, ni lo tendrá puesto que es falso.
Pienso que no se atreverá a acusarme ante una autoridad judicial y en lo que respecta a los compañeros de trabajo, tampoco creo que sea capaz de ir contando por ahí: “Le di mi vagina a cambio de un documento que no tiene valor.”