viernes, 6 de marzo de 2009

Revelación de altura


Dorita se acercó a mi escritorio para darme una noticia: “Tendremos que salir de comisión a la ciudad de México, a tomar un curso de actualización”. Y agregó: “el viaje será por vía aérea”. Casi me infarto.

Pero como se dice donde manda capitán no gobierna marinero, así que ahí me tienen puntual a la cita. Estaba tan nervioso que confundí una “d” con un cero, es decir mi boleto no era el 60 sino el “seis d”, equivocación que me valió una recriminación de un pasajero poco amable.

Superado el primer obstáculo y ya instalado en el asiento correcto me dio por rezar, aunque después me sentí como idiota porque soy ateo. Dorita en cambio, se mostraba de lo más tranquila. Dorita es una chica muy bella, aunque como siempre le aclaro, su belleza es exótica, muy mexicana enfatizo. Ella complacida se le ilumina el rostro y se ríe tan coqueta que me dan ganas de morderla.

Ya a muchos metros del suelo y con el pensamiento atormentado por una pregunta: ¿y si nunca más volviera a poner los pies sobre la tierra? Tienes que cerrar los círculos, tienes que cerrar los círculos… me repetía. Entonces miré de frente a Dorita y le confesé: “Desde el primer día que te encontré quedé prendido de tus lindos ojos, de tu sonrisa tan natural…”

-No lo sé, responde, soy una mujer casada.

-Lo sé, lo sé, pero te amo.

Y el ave de acero comenzó su descenso en el aeropuerto Internacional Benito Juárez del Distrito Federal.

Una vez en tierra nos fuimos a buscar un hotel y al primero que llegamos se llama: Hotel Royal, pero tiene un inconveniente, la habitación más económica cuesta 1,300 pesos, y nos habían dado 500 pesos para gastos de alojamiento. La habitación doble cuesta 1,000 pesos. Así que decidimos compartir habitación.

La primera noche no pude dormir. Tenerla ahí y no poder tocarla me llenaba de ansiedad.

Para el segundo día, después del curso, fuimos a un barcito que queda por la calle Florencia y Génova en plena zona Rosa y, no sé si sería el vino o la lejanía o vaya usted a saber qué, pero nuestros labios se unieron y su lengua buscaba la mía hasta atraparla y enjugarla en una danza erótica. Serían algo así como a las dos de la mañana, cuando regresamos al hotel y ella ordenó: “hagámoslo”.

Lógicamente nos pasamos el resto de la noche recordando el pecado original.

1 comentario:

Lilián dijo...

Hola!
Pasé a saludar
=D