lunes, 26 de enero de 2009

El sueño americano


Fue una mañana fría, yo entonces tendría seis años, papá me llenaba de besos y mamá trataba de cubrirme con el suéter estampado de rosita fresita. “Cuidas mucho a la niña, no olvides llevarla a que le pongan la vacuna dentro de una semana…”, le decía papá a mamá y de los ojos de ella brotaban unas gruesas lágrimas. No comprendía el por qué de tanta tristeza si solamente estaríamos separados, cuando mucho, unas dos semanas. Pronto nos reuniríamos con él, una vez que ya estuviera establecido en los Estados Unidos. Mi papá tenía pintada una sonrisa que me pareció extraña, no era la que yo conocía, ese día pensé que era el frío de enero lo que me hacía verle así.

El autobús partió exactamente a las siete de la mañana. Muchas de las familias que fuimos a despedir a nuestros parientes nos quedamos un ratito más mirando el horizonte adonde el carro se había marchado. Había muchos niños y niñas jugando como si fuera un día normal. Ya he dicho que no había motivo para ponerse tan triste, pero cuando miré desaparecer el camión en la lejanía, sentí algo muy feo dentro de mí.

A los pocos días recibimos una carta escrita con tanta alegría que a mi mamá le provocó un entusiasmo contagioso. Ella que casi no comía, ese día se comió casi un pollo entero. Y yo me puse a repasar el libro: “Inglés para niños” con inusitada claridad que aprendí como 150 palabras de un tirón.

Pasó, algo así como dos meses, hasta que recibimos otra carta con el mismo tono que la anterior. La historia se repitió.

Después de esa segunda carta, esperamos y esperamos a que llegara una tercera, pero hasta ahora no hemos vuelto a saber de papá. Mamá empezó a tener un humor negro que solamente se le pasaba golpeándome. Por los castigos que me daba llegué a odiarla y creí que no soportaría por mucho tiempo seguir viviendo así. Pero entonces se apareció en nuestras vidas el “tío Antonio”. Antonio era un hombre que me compraba muchos dulces y a mamá perfumes. Ella se ilusionó mucho y se olvidó de golpearme. Yo los odiaba a los dos. No quería a aquel papá postizo. Solamente duraron algo así como dos meses. Mamá volvió a golpearme.

Un segundo hombre llegó, de nombre Manuel y mamá otra vez ocupó sus energías a amar a aquél. Éste no me caía tan mal, puesto que me trataba muy bien, incluso le gustaba quedarse en mi cama a jugar. Aunque eran unos juegos muy raros, ya que uno debía estar completamente desnudo, era como un doctor. Tenía que tocar todo para saber donde estaba la enfermedad, pero este juego solamente lo practicamos cuando mamá salía a trabajar.

Manuel hizo algo que me lastimó mucho, ahora estoy en el hospital, esperando no sé que, ya he perdido mucha sangre así que me siento muy débil. Lo único que mantiene despierta es pensar que mi papá ahora está escribiendo esa tercera carta y que pronto la tendré entre mis manos…

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