lunes, 3 de noviembre de 2008

El canto de Afrodita


Dedicado a mi amiga,
que va por ahí guardando este secreto.


La cosa empezó de forma trivial, era un día más en la vida de Cayetana, pero todo se salió de control cuando Rolando dijo aquella palabra. Fue la que desató la tormenta. Aún ahora después de varios años resuena en su mente tan viva y cruel como si hubiera sido ayer: “Puta, puta, puta…hasta la eternidad”.

-Acérquese más a su iglesia, sugirió el doctor.

-Lo he intentando doctor, bien sabe Dios que lo he intentado, pero no puedo creer en alguien que se desaparece por años y deja a sus hijos en total desamparo.

-Algo tenemos que hacer, a ese paso mañana no amanecerá.

El consultorio del doctor Sánchez, ubicado en una de las avenidas más populosas de la ciudad, irradia una atmósfera de armonía y absoluta tranquilidad, que contrasta con lo que ocurre afuera.

-La cosa, la maldita cosa es que no logramos que deje de escuchar esa palabreja. Si tan solo un segundo se liberara de ella, bastaría para tener cierta mejoría.

-Vamos intentar lo último que se me ocurre, dijo el doctor. Y empezó a despojarla a tirones de su vestimenta. Ella se dejó hacer primero y después tomó el control, abalanzándose sobre el volcán ardiente, para intentar calmar la sed que la mataba, en ese río que fluía placer. Gemía, gozaba con el doctor dentro de ella.

Cuando la tormenta amainó, el doctor Sánchez, como científico que acaba de terminar un experimento, haciendo anotaciones en su pequeño cuaderno, empezó:

-Rolando su exesposo tenía razón. Y no hay remedio posible, es su naturaleza, seguirá así por los siglos de los siglos…

Cayetana no alcanzaba a comprender totalmente el diagnóstico, pero algo le decía que tenía razón, era una fuerza superior que le nacía en el vientre y que poco a poco la envolvía toda, hasta convertirla en lo que era: una ninfómana.

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