miércoles, 17 de septiembre de 2008

Inteligencia emocional


Un mosquito me picó en un lugar muy delicado: una nalga. Con eso tuve para estar incómodo todo el santo día. Es que soy alérgico a piquetes de insectos. Por eso cuando llegó la directora regional de ventas tenía una cara de fastidio del tamaño del estadio Azteca.

-Señor López no parece tener buen semblante, ¿se siente usted bien?

Ganas de contestarle una barbaridad no me faltó (vieja bruja como si ella fuera una princesa), pero ante todo está el sustento de mi familia, así que haciendo un esfuerzo heroico esbocé mi mejor sonrisa.

-Si tiene algún problema, sepa usted que la empresa está en la mejor disposición de apoyarle, -insistió.

“No, no era nada grave, simplemente un malestar estomacal”, respondí. Pensando en: “Como si no supiera que esa preocupación es solamente porque a la compañía le hago ganar mucho dinero”. Y resulta lógico que así sea dirán muchos, pero con la maldita irritación del piquete estaba como agua para chocolate.

Eso sucedió como a las diez de la mañana, ya para las doce del día sentía que estaba sentado en un cactus. Luego entonces que no vengan ahora a acusarme de ser mal educado, cuando por enésima vez se me acercó la directora:

-Le veo muy mal, mándese hacer unos análisis, tiene usted muy mal color.

“Mire pinche vieja, desde hace dos horas le vengo diciendo que no es nada, usted con esa cara de volcán en erupción y nadie la cuestiona, ya déjeme en paz”, le dije a gritos. Entonces comprendí por qué ella y no yo, ha logrado escalar muy alto en la organización.

-Cálmese, cálmese y respire profundo, entiendo que algo lo tiene molesto. Esos insultos son viscerales y no de razonamientos. Usted que siempre ha sido un hombre “mental” no puede darse el lujo de ser como los otros.

Ante un argumento tan convincente no tuve más remedio que confesar lo del piquete.

Por eso ahora me enterado que mis subordinados, a mis espaldas por supuesto, me llaman: “pompitas delicadas”.

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