lunes, 11 de agosto de 2008

Huérfanos


Mi tía me compró a Peludito, un gatito, de ojos azules como el cielo de abril, de piel suave como terciopelo y de un apetito feroz. El primer día en casa lloró y lloró, tanto que llegué incluso a plantearme la idea de regresarlo a la tienda de mascotas. Pero la segunda noche con nosotros pareció entender la idea: “adaptarse o morir”. Se dio un tremendo atracón de whiskas que pensé que nunca tendría llenadero. Hasta que cansado de masticar se quedó profundamente dormido en su casita de madera. Lo cubrí para evitarle el frío de la noche. Cuando ya dormía aproveché el tiempo para anotar estas cosas en mi diario.

Mi gatito no tiene ni padre ni madre, vive solo en el mundo, entonces he pensado que es duro ir por la vida sin nadie que pueda guiarte, sin tener un espejo donde mirarse, donde anclarse para sobrellevar los momentos difíciles que todo crecimiento implica.

Yo, ya estoy grande. Hace algunos días cumplí ocho años. Y mi propia historia me da razones para creer que los muros son para saltarlos y los problemas para resolverlos, por eso tengo fe en que Peludito pronto aprenderá a ver las cosas desde mi perspectiva.

En otras circunstancias yo sería una niña distinta, sería tan estúpida como para que mis propias lágrimas me impidieran ver la luz, tan tonta como para creer que los capitalistas dan pasos sin huarache, tan ingenua como para no saber que la vida en México es una farsa; en donde los políticos son cómicos que no hacen reír a nadie, sería soñadora hasta el punto de creer en los Reyes Magos, cándida para creer que puedo tener un cuerpo de modelo sin dejar de comer y sin ejercicios, tan bruta como para leer TvyNovelas y otras porquerías.

Mientras veo dormir a mi Peludito su cara se transforma en la de mi padre. Casi sin pensarlo voy a la cocina y busco el cuchillo más afilado. Lo pruebo con un par de tomates, enseguida con algo más duro: un par de papas. Totalmente convencida. Busco a mi gatito-papá y de un solo tajo le abro el cuello. Cuando se desangra escucho un ligero maullido que pregunta: por qué, por qué. ¡Porque te fuiste, porque me dejaste, porque te odio; por pendejo!, -grito como loca para que los demás padres sepan a qué atenerse.

Con una opresión en el corazón me despierto sobresaltada y con la voz de mi tía diciendo:

-Ya, ya pasó, sólo fue un mal sueño.

Peludito mirándome, con sus grandes ojos azules abiertos cuan grandes son, parecen decir: “No estás sola, ahora yo estoy contigo y juntos sortearemos lo que nos depare el destino”.

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