viernes, 29 de agosto de 2008

¿Existes?


Entre la gente que camina por las calles, te busco y te encuentro, pero vas tan de prisa que pasas sin verme, tu objetivo está más adelante, no puedes hacer escalas.

Una piel caliente espera por ti en casa, mientras tanto me refugio en el portal de la catedral, ha empezado a llover. Mis lágrimas se confunden con la lluvia y aprovecho para sacar todo lo que me oprime el alma.

La tormenta tarda en pasar pero todo tiene un fin y justo cuando las campanas de la iglesia anuncian las ocho de la noche el cielo amaina, mis lágrimas cesan al unísono.

Escucho al sacerdote allá adentro convidar a los feligreses a emprender una lucha frontal contra el sufrimiento, no es natural, dice. Esas palabras me atrapan y decido entrar. “…arrepentíos de vuestros pecados y sean felices, vivan en comunión con Dios y siempre…” No puedo seguir escuchando, soy un pecador.

Corro hasta que mis pies cansados empiezan a sangrar. A unos pasos está tu casa. Toc, toc, me animo a llamar.

-Buenas noches, señor -digo casi en un murmullo.

-Buenas noches, joven. ¿Qué se le ofrece?

-Busco a Venus, -tartamudeo-, soy su compañero de trabajo.

-¿Venus?, está usted equivocado, aquí nada más vivimos mi esposa y yo. Y ella no se llama así. Buenas noches.

Y enseguida cierra la puerta.

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