viernes, 19 de octubre de 2007

Cuerpo a cuerpo


Minicuento urbano

Este es un caso clínico.

Todos alguna vez hemos tratado de hacer actos heroicos. En alguna etapa de nuestra vida procuramos estar del “lado bueno”, para ello luchamos contra la injusticia. Quién no recuerda al chiquillo de gruesos lentes, relegado en todo, que en un impulso de grandeza lo incluimos en nuestro equipo de futbol, a sabiendas que “no aportará nada”, bueno, mejor sin comillas; no aportará nada.

Maclovio Landeros era uno de esos. Aún a costa de su propia vida decidió emprender una campaña de educación vial. En él se hacía realidad el dicho: “Hay que predicar con el ejemplo”. Cuando leyó en el Reglamento de Tránsito “En los cruceros o zonas marcadas para el paso de peatones, donde no haya semáforos o Agentes de Tránsito que regulen la circulación, los conductores harán alto para ceder el paso a los peatones, etcétera”. Él lo comprendió inmediatamente.

Cuando cruzaba por las esquinas hacía valer su derecho de paso y avanzaba obligando a que el conductor en turno se detuviera, no sin antes recibir un insulto, sin embargo consideraba que del susto que se llevaban para otra ocasión tendrían más cuidado al doblar una calle, aunque en la lección arriesgara su vida y como premio obtuviera el consabido: “¡Órale, fíjate pendejo!”.

Transcurrieron cuatro años de “continuas lecciones viales” sin que ocurriera nada grave, hasta que decidió venir a Tuxtla a seguir impartiendo sus “clases”. Fue su perdición.

Ahora descansa en la fosa común, víctima de un conductor que no aprobó la lección.

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