lunes, 10 de septiembre de 2007

La inocencia

Minicuento

En aquellos días tendría yo quizás unos siete u ocho años. Justo al frente de mi casa llegaban los húngaros de visita a doña Cuquita, porque su hija había nacido húngara. Fue cuando recibí la revelación fatal, que habría de marcar uno de mis temores mayores. Nunca me pude sobreponer, era un golpe bajo, profundo quiero decir. No quería que mis hijos nacieran húngaros, porque ello equivaldría a tener que verlos partir para vivir una vida errante, de aquí para allá, dando funciones de cine, adivinando el futuro; ¡ah!, porque han de saber ustedes que ellos son capaces de averiguar el futuro. Pueden leerlo. Te toman una mano y descifran todo lo allí escrito. A mi mamá le dijeron que iba a tener muchos hijos —somos trece hermanos—, que al acercarse el ocaso de su vida tendría felicidad, dicha; eso todavía no ocurre, pero no quiere decir que han fallado sino que aún mi madre tiene muchos años de vida, eso es bueno. Son sabios.

También recuerdo a las chiquillas con sus trenzas de oro, nietas de doña Cuquita, que hacían sus pininos sirviendo nosotros de conejillos de indias. Nos tomaban de las manos a mis hermanos y a mí y con gran ceremonia anunciaban nuestros futuros. “Tú encontrarás todo el amor que un hombre busca en una sola mujer”, dijo de forma convincente.

Pero heme aquí a varios años de distancia sin encontrar la mujer que predijo aquella brujita moderna. ¿Acaso eres tú? ¿Erró y siempre seguiré buscándola hasta el final de mis días? Sólo el tiempo lo dirá.

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