viernes, 3 de agosto de 2007

El Milagro Duracell

El Relojito tenía tantas virtudes que a todos complacía, con su tic-tac-tic-tac sincronizado al mundo organizaba a marchar al compás del tiempo marcado, pero no era ritmo monótono, sino bien atemperado. Lleno de sorpresas, incluso, como cuando en vez de sonar con su tic-tac, acostumbrado, sonó en tono apresurado ring-ring, como teléfono alocado y a todos provocó una risa escandalosa.

Pero sucedió un buen día o un mal día debo decir en que las manecillas no giraron al ritmo acostumbrado. El Relojito bastante contrariado se despertó pasadas las siete. Fue algo extraordinario en la vida de aquella comunidad. El señor Gallo no cantó, la señora Gallina no despertó y la señora Vaca tampoco, la campesina se quedó dormida y en el hogar ese día no hubo tortillas, leche ni huevos, bueno al menos a la hora acostumbrada.

Los días pasaban y el orden de antaño era solo eso un recuerdo de ayer, el caos era cosa de todos los días. Los constantes olvidos del Relojito eran la causa de todas estas contrariedades para todos los habitantes del pueblo.

Triste y cansado se alejó del pueblo, caminó hasta un lago en donde la tranquilidad de la naturaleza le permitiera buscar una solución a su constante y creciente problema de memoria. En esas cavilaciones estaba cuando escuchó el croar de una rana, que como siempre, andaba dando saltos de aquí para allá. “-¡Hola señor Reloj!, ¿cómo está, qué le pasa?” Preguntó. Y fue así fue como la señora Rana se enteró del problema y fue así también como esta le sugirió que visitara al gran doctor Sanalotodo, que ella personalmente conocía y que contaba con gran fama del otro lado del continente. Ni tardo ni perezoso, el Relojito dio las gracias y se marchó con dirección a la clínica.

Caminó muchas horas bajo el sofocante sol del verano, pero como todos saben amiguitos, cuando el esfuerzo es acompañado de una esperanza este casi no se siente.

Serían algo así como las ocho de la mañana cuando nuestro amigo Relojito por fin llegó a la clínica, con gran asombro vio que eran muchos los pacientes que visitaban al doctor. Después de esperar por un buen rato, llegó su turno. El consultorio del doctor Sabelotodo estaba atestado de diplomas que daban fe de los conocimientos adquiridos por este a lo largo de los años. Con gran amabilidad preguntó los motivos que tenía el Relojito para aquella visita. Después de meditarlo formuló su diagnóstico; padecía agotamiento impulsivo. En otras palabras el suministro de energía debía ser reemplazado inmediatamente. Para ello tendría que someterse a una operación que no representaba mayor peligro.

Le pusieron unas pilas Duracell y ahora sigue, sigue y sigue.

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