lunes, 25 de enero de 2010

Pesitos mexicanos


En este diario escribo cosas que a mí me pasan, nomás que salpicadas de invención para hacerlas menos aburridas, sin embargo lo que ahora quiero contar está tomado fielmente de un día cualquiera en mi vida. Sucedió cuando invité a comer a una amiga. Caminamos en la plaza comercial Galerías Boulevard. Ella es una chica bastante avispada, simpática, hermosa, labios rojos, sus ojos –bueno, son como gotitas de miel con destellos de cierta coquetería, que no necesito aclararlo; me hechizan.

Platicamos de todo. Como suele decirse “arreglamos el mundo en dos horas”. Que si Dios existe, que si la virgen María era realmente inmaculada, que si el fin del mundo será en el 2012, que si el presidente Calderón es espurio o no, con esto último dimos fin a la conversación, ya nos estamos metiendo en honduras.

Empezamos a caminar. Fue cuando, ella, que debo decirlo es una compradora impulsiva detuvo su mirada en un hermoso collar de ámbar negro. Unos colores hermosos destacaban esa joya muy por encima de las demás. ¿Y, su precio? Una verdadera ganga. Doscientos devaluados pesos, pensé: “tengo mil pesos, menos trescientos de la colegiatura de la escuela de ballet de mi hija, menos unos zapatos que necesita; sobran cuatrocientos”, esto es lo que sucede con los que ya somos padres. En fin que le dije:

-¿Te lo quieres llevar?, yo te lo compro.
-Pero no sé, me da pena, dijo ella.
-¡Vamos me dará mucho gusto regalártela!
Entramos a la tienda y ella con esa gracia que tiene, preguntó:
-¿Podría enseñarme ese collar que tiene, ahí al frente?, por favor.
-Claro que sí. Es un trabajo artesanal de gran calidad. Señaló la encargada de la tienda. Y tan sólo cuesta, déjeme ver, doscientos por 13.10 es igual a dos mil seiscientos…
Creo que me puse de color rosa encendido. El precio no era en devaluados pesos, sino en pujantes y sobrevaluados dólares.
Ella, con ese dominio de sí, y con total arrojo, sabiendo que yo no podía realizar semejante gasto:
-Mire, eh, lo que realmente buscamos es ámbar verde. ¡Muchas gracias!

Salí cabizbajo y con ese maldito color que no se me quitaba. Sintiéndome más jodido que un haitiano.

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