lunes, 7 de julio de 2008

Historias torcidas de la literatura


La Cenicienta llegó tarde al palacio del príncipe, la fiesta ya había terminado, los criados recogían las mesas dispuestas para la ocasión, montones de botellas de refrescos vacíos afeaban el lugar, manchas de mole poblano en los manteles, montones de barro de las piñatas que rompieron durante la noche. Cenicienta no lo podía creer, había llegado con doscientos años de retraso; en otro siglo, pero el mismo palacio.

¿Qué hacer se preguntó?, no podía desandar el camino sin haber bailado por lo menos una pieza. Así que llamó al criado que le quedaba más cerca, lo consultó:

-Gentil hombre, ¿podría dejar lo que está haciendo, y bailar con esta dama, una pieza?

El criado que hasta entonces había estado concentrado en sus tareas, alzó la vista, y el rubor en sus facciones, denotó el estremecimiento que en su ser causaba tal mujer.

-No solamente una, sino dos, tres o las que sean, que mujer tan bella jamás le negaría nada, -contestó este, una vez repuesto de la primera impresión.

Así fue como tomados de las manos bailaron, bailaron y bailaron, sorteando la mugre que quedaba en el piso, cada salto, cada movimiento suponía una sincronía total, ante la eminencia de quedar atrapado entre cáscaras y pedazos de ollas esparcidas por el piso.

Cenicienta, conciente de que pocos hombres podrían seguirle el paso de esa manera, decidió no separarse nunca más de aquel plebeyo, de ritmo acompasado con el suyo.

Procrearon siete vástagos, pero todos con escasa estatura, que a la postre serían conocidos como los siete enanitos, pero ese es otro cuento.

No hay comentarios: