lunes, 22 de octubre de 2007

El circo

Minicuento


Cuando los payasos hacen su aparición el público expectante irrumpe en un aplauso interminable. Y es que ellos son grandiosos. Con sus vestidos multicolores provocan un estado de ensueño que se percibe hasta en la respiración.

El anunciador con voz clara y potente, aunque con un acento extraño, pide la colaboración de personas del público. Mi padre, que no es necesario decirlo, siempre está dispuesto, se presta inmediatamente. Ustedes saben que él es así.

El acto en cuestión es en verdad bastante peligroso. ¡Se trata de ser ayudante del Lanza Cuchillos!, una labor no acta para cobardes, pero mi padre es valiente, aunque cuando anuncian que el lanzamiento será desde una distancia bastante considerable le veo un semblante que se asemeja a un rictus caricaturesco, francamente con ganas de llorar. Me compadezco.

Una capucha viene en su ayuda. Es cubierto para que no vea el lanzamiento “…evitando así que presa del terror, se mueva y provoque un accidente, que en esas circunstancias sería fatal,” comunica el presentador.

El Lanza Cuchillos, allá a lo lejos, cuenta uno, dos, tres y en vez de arrojar el arma puntiaguda desde allí, se la pasa a su colaborador, quien a su vez, corre a la tabla y clava el cuchillo en ella, de manera que no represente ningún peligro, pero eso mi padre no lo sabe. Es descubierto. Con el rostro desencajado, bastante pálido, respira “aliviado”. Eso provoca las risas del público.

Yo, mientras tanto, espero a que vuelva con nosotros y cuando lo hace le doy un gran beso, lo reconforto y le explico lo que realmente sucedió. Juntos reímos. Me siento mas cerca y mas unida a él. Aprovecho la situación y con la vocecita que utilizo para mis propios intereses le digo: “-Me compras una espada luminosa, papi”

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