jueves, 17 de julio de 2008

Secretos íntimos



Tenía tantas ganas de hacer esto que todo este año decidí ahorrar cada centavo posible. Como todo proyecto empezó siendo una ilusión, después evolucionó a algo más concreto. El primer helado que no comí se convirtió en el principio de mis ahorros. Una a una mis moneditas fueron llenando la pancita de mi cochinito. Hasta que descubrí que la panza de aquélla cosa no le cabía un centavo más.

Sin que mi padre se enterara rompí mi alcancía. Saltaron por todos lados monedas de uno, cinco y diez pesos. Cuando por fin pude terminar de contarlas me di cuenta que tenía la cantidad exacta.

Al volver mi padre del trabajo lo primero que descubrió fue la ausencia de ‘Porky’.

-¿Dónde anda ese puerco condenado?, preguntó.

-Seguramente salió a dar una vuelta, respondí. Con pretensión de que aquel asunto se olvidara lo antes posible.

-Bueno, bueno, después buscaremos a ese marrano. Por lo pronto vamos a cocinar algo que tengo mucha hambre.

Él se puso a preparar unas ricas chuletas de puerco, por supuesto.

-¡Me pasas la sal, por favor!, gritó. Me sacó de mi ensimismamiento.

-Qué planeas cachorrita, te veo tan ausente, dónde anda esa cabecita, dijo. Me puse roja. Es que no estoy acostumbrada a ocultarle nada a mi padre.

Vio que algo pasaba y dejando el sartén se acercó a mí. Ahora cuéntame que está pasando, inquirió.

Quería morir, había sido descubierta. Mi secreto se iba por la borda.

Después empezó a darme “tormento chino”, esas cosquillas que él suele infringirme en forma de “castigo”. Tuve que confesar, casi muriéndome de risa:

-Te voy a comprar un boxer, para tu cumpleaños. ¡Sé que lo necesitas, por Dios!

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